lunes, 25 de julio de 2011

Requiescat In Pace

Recuerdo el momento exacto en que me di cuenta; el momento justo en el que supe que La Gratitud, había muerto.

Una gran amiga suya, y mía también, me contó algo que le había ocurrido.

“Un día esperaba en casa a que su familia llegara, todo estaba preparado, y la cena en la mesa. Se había molestado en hacer a cada uno su plato preferido, y se le saltaba el corazón de alegría sólo con pensar en ver las caras de felicidad de sus seres más queridos. Como era habitual, también esperaba que se presentara a cenar tarde o temprano La Gratitud, de hecho, había dejado su plato en el horno para que no se enfriara.

El tiempo pasaba y finalmente llegó la hora. Mi amiga pone la mejor de sus sonrisas y escucha la puerta. Todos entran y van directos a la mesa. Ella se queda mirando, esperando, pero ve que no entra nadie más y se sienta también. Todo ocurre muy rápido, la cena se termina, se levantande la mesa y se van. Según me dijo mi amiga, ella se quedó ahí esperando a La Gratitud que, hacía tiempo, la solía acompañar en esas ocasiones”.


Ahí me quedó claro que La Gratitud ya no se encontraba entre nosotros.

Había oído a la gente comentar que estaba enferma, aunque pensé que sería algo pasajero. De vez en cuando la llamaba pero no contestaba, quizás porque lo hacía demasiado tarde, después de haber estado con su prima, La Exigencia.

Me acuerdo de cuando podíamos ver a La Gratitud en todo momento, junto a los abrazos y besos, cerca de los regalos, al lado de cualquier esfuerzo y unida a cada amanecer. Poco a poco nos fuimos olvidando de ella, avisándola tan sólo en las ocasiones más especiales para, finalmente, terminar por apartarla de nuestras vidas.

Yo he tenido la suerte de haberla conocido bien, de disfrutar con ella gracias a mis padres que, siendo yo muy niña, me la presentaron. ¡Qué bien me sentía cuando estaba a su lado! Porque solía venir con algunas de sus amigas, como La Paz y La Tranquilidad, que me arropaban y protegían cuando más lo necesitaba.

Quizás sean estos, nuestros padres y abuelos, los que mejor puedan hablarnos de ella, porque cuando eran más jóvenes no había un solo día en el que no invitaran a comer a La Gratitud. La pobre no daba abasto, pero siempre estaba dispuesta para ayudar en lo que fuera necesario.

Creo que podemos considerarnos afortunados, porque todos los que estamos aquí reunidos hemos tenido el placer de tenerla a nuestro lado en algún momento.

Ha estado con nosotros cuando alguien nos apoyaba en los malos momentos, cuando encontrábamos un billete de 10 euros en el bolsillo del pantalón, cuando nuestros padres se esforzaban por proporcionarnos todo lo que podían o cuando nuestra pareja nos daba un abrazo cuando más lo necesitábamos.

Cuando me pongo a recordarla, lamento todas las veces que no la invité a venir a mi casa cuando antes sí que lo hacía. Lamento las ocasiones en las que me relacioné más con sus primos, La Exigencia, El Egoísmo y La Soberbia que con ella. Lamento todas esas ocasiones en las que la dejé fuera, aun sabiendo que estaba tras la puerta, tan sólo porque llegó antes El Orgullo.

Aun todo por lo que me lamento, me siento feliz por haberla conocido. Pero más feliz me siento porque, aunque ella se ha ido ha dejado a su hija. Nos ha nombrado a todos sus tutores, es muy pequeña, y tiene su mismo nombre.

Abrámosle la puerta de nuestras vidas y la veremos crecer fuerte y sana.

Abrámosle la puerta de nuestro corazón y podremos crecer junto a ella.


Gracias por haber formado parte de nuestras vidas.

“Todo nuestro descontento por aquello de lo que carecemos procede de nuestra falta de gratitud por lo que tenemos” Daniel Defoe